Los días pasaban, y seguía con muchos malestares tras la transferencia. Me debatía entre creer que podía ser verdad, y entre que si lo era, el abismo al miedo parecía muy grande, más que nunca.
A los 6 días decidí hacerme un test One Step con la primera orina de la mañana. Y salió un positivo, tenue, pero bastante claro, y a los pocos segundos. No sonreímos, no nos alegramos, no hubo beso, ni abrazo. Simplemente nos miramos. Por supuesto, estábamos contentos, pero el miedo, esta vez a lo conocido, se apoderó muy rápido de nosotros. Al día siguiente decidimos hacer un Clear Blue, y salió «Embarazada 2-3». Decidimos que no haríamos más tests hasta el día de la beta.
El día de la beta, me tocaba el día 1 de Enero, pero obviamente, me la hicieron el 31 de Diciembre, cosa que agradecí muchísimo, ya que esperar de más en esto, suele ser lo normal, pero no lo mejor para los nervios. Me comentaron que si era positivo sería un valor bajito porque solo estábamos a 9 días post transfer, y yo muy convencida le dije a la enfermera que creía que era un bioquímico (de verdad que lo creía, era lo único que faltaba en mi historial). Sobre las 13:00 llegó la llamada, y sorpresa: beta a 289, se descarta bioquímico. Era la vez que más pronto me había hecho el análisis y que más alta estaba la beta. Ese día pensé: el 2020 no ha estado tan mal.
Me dijeron que era un valor tan alto, que no hacía falta repetirlo. Y directamente me dieron cita para 18 días después para la eco. ¡¡18 días con sus 18 noches!!!. ¿Sería capaz de aguantar? La respuesta es NO, los siguientes días pasaron más o menos bien, como seguía de vacaciones, y era Navidad, aprovechabamos a salir de paseo, relajarnos, y hacer las cosas que normamente no podemos hacer… pero aún así, mi ansiedad iba en aumento y el día 7 llamé a la clínica para hablar de la posibilidad de repetir la beta. Me dijeron que si me dejaba más tranquila no había problemas, así que allí que me fuí ese mismo día.
Esta vez, la llamada se hizo mucho más de rogar. Tanto, que llamé para saber que estaba pasando, me puse en lo peor. Y por fin, a las 15.40, llamaron y me dijeron: puedes estar muy tranquila, la beta ha salido a 2240, o sea va más deprisa del ritmo de duplicación de 48 horas…
Entrábamos oficialmente en la temida ecoespera. Quién dijo que la betaespera desespera, seguro que no tiene ni palabras para la ecoespera. Durante esos días tuve de todo, y todo ansiedad, representada en varias formas: insomnio, escalofrios, temblores… .Para colmo, no mostraba unos síntomas claros. Estaba cansada, si, y tenía el pecho un pelin sensible, algún mareo, pero no estaban las típicas naúseas que supuestamente predicen un embarazo sano y en curso. Tampoco las tuve las veces anteriores, y siempre pensé que era porque mi embrión no llegaba a desarrollarse con fuerza. Sentía que vivía lo mismo, una tercera vez, pero con más años, con menos paciencia, y con nada de ilusión. Me pasé casi todos los días llorando por una cosa o por otra. Hice varios tests, pero yo sabía que eso no valía para nada, la hormona tarda en irse aunque el embrión no se desarrolle.
Pero llegó el día. Estaba según los cálculos de 6+5, debía verse embrión y latido. Llegamos a la consulta más de media hora antes, y el doctor, al vernos en el pasillo, nos pasó inmediatamente. Corrí a desnudarme, y casi sin palabras, pasé al potro. Recuerdo que no podía respirar con la mascarilla ffp2, que no me puse las gafas, porque no sabía si quería ver lo que iba a pasar. Pero pasó, estaba ahí, perfecto, dentro de una bolsa redondita y latiendo muy fuerte. J. se puso a llorar y me dió las gafas, y pude verlo con total nitidez.
Bajé del potro y me cambié de nuevo corriendo. Creo que le dimos tantas veces las gracias al doctor, que se sintió hasta abrumado, pero era mi milagro, estaba ahí, y él me había ayudado a conseguirlo. Sin darme falsas esperanzas en el camino, trabajando y sin pausa, él debía de participar de esto.
Nos imprimió las fotos, y nos dio cita para 10 días después para una segunda eco. Entramos en la ecoespera II, y no fue mejor que la primera…